«Yo no tengo un gran deseo de narrar. A mí me gusta guardar mundos»
ENTREVISTA DE MARTA JULIÀ. BARCELONA, 2018.
Lolita Bosch se pide un bocadillo de jamón ibérico, “cógete uno, son los mejores de Barcelona”. Y me pido uno yo también, claro, convencida de que es el mejor de la ciudad. Delicioso. Al otro lado de los ventanales, el día va oscureciendo, pero escuchando a Lolita la noción del tiempo cambia. Ella piensa hablando, como si escribiera. Como si, de algún modo, en este momento tiempo y espacio se pudieran unir.
¿Qué son para ti las palabras?
Tengo una relación extraña, yo, con las palabras. Soy letrófila, no palabrófila. A mí me gustan mucho las letras. La primera vez que me compré una cámara de vídeo digital, intentaba escribir por la calle cogiendo letras. Y me di cuenta de que no había idealizado las palabras. Para nada. En cambio, las letras, sí. Las palabras a menudo me parecen trampa, ya que tenemos la sensación que todo lo contiene una palabra. Y no. El lenguaje no está en la palabra, está en la letra, creo.
¿En el sonido?
En las posibilidades. Y no tiene nada que ver con el idioma ni con las onomatopeyas. Una letra tiene posibilidades infinitas, mientras que una palabra ya está cerrada. Me gusta mucho más la libertad de la letra. Los psicoanalistas, por ejemplo, viven enamorados de las palabras. Y yo siempre pienso: construye el concepto, en vez de cogerlo terminado. Me gusta más.
Dentro tuyo, ¿hay unión o separación entre la palabra escrita y la palabra oral?
Unión. Sí. Hay unión porque como yo he aprendido el lenguaje, como ha entrado en mí, es oralmente. El lenguaje es un bien común. Esto no lo pierdo nunca de vista. A mí me enseñaron a hablar de pequeña y cuando he ido a otro país he aprendido a hablar de otra manera… el lenguaje oral nos es común. Y escribir forma parte de esta comunidad. Es como si cogieras las cosas que tienen sentido, las aplastaras un poco y dijeras: de eso que compartimos, me quedo con este trozo. Esto es el lenguaje escrito.
¿Recuerdas cómo empezaste a escribir literariamente?
Empecé a hacer mis diarios a los 7. Ahora los tengo todos en orden. Tengo cajas y cajas. Quiero tener mi vida escrita. Con mi hija, por ejemplo, me cuesta mucho decirme “no lo escribas todo, no lo guardes todo”. Lo quiero guardar todo: la primera vez que fuimos a la playa, la primera vez que vio el Mediterráneo. Y se lo guardo todo escrito. Tengo piedras escritas en casa a punta pala. La escritura es una perta de entrada muy bestia a la intimidad. Es como el olor. Más que la fotografía, para mí.
La primera frase de mi primer diario es: “Me llamo Lolita Bosch y me gustan 37 niños”. Me gustaban todos los niños de mi curso y lo quería escribir. Pero la primera vez que hice un cuento fue en segundo de básica, creo. Se titulaba “El Arrencamuelas” y era como una auca. A mí me daba mucha vergüenza presentarlo, y le pedí a mi amiga del cole, que es muy simpática y también la persona que me dijo quiénes eran los reyes magos, que lo entregara a su nombre. Y ganó. Yo iba en una escuela muy grande en la que había un anfiteatro muy grande y recuerdo a mi amiga bajando a coger un ramo de flores el día de los Juegos Florales. Luego volvió a subir con el ramo y me dijo “¡hemos ganado!”, y yo pensé: es genial que lo sienta suyo. Eso me encantó. Porque es igual quién lleve el ramo. Es quiénes somos.
La primera historia que escribí con intención literaria es un cuento que pasa en el Sur de México, curiosamente, y habla de una mujer que se convierte en cactus esperando. Entonces aún me daba mucha vergüenza enseñar lo que escribía. Tenía 17 años. Y con este cuento fui a ver a una mujer que daba clases en la calle Sant Pere Més Alt, que se llamaba Zulema Moret, y le pregunté “¿si te gusta, me becas?”, ya que no tenía dinero para pagar el curso. Y sí, me becó un año de taller. Era una maestra buenísima. Aquel verano me fui a vivir a los Estado Unidos, donde me quedé un año y allí escribí mi primer libro: un libro de poesía punk que se llamaba Menja bassura, beu vomitat, menja la merda i a sobre estima l’Estat (Come basura, bebe vomitado, come la mierda y encima quiere al Estado). Está escrito a mano y dibujado por mí. Poesía social anarquista.
¿Cómo empezó tu interés por el proceso de escritura de los otros?
Yo vengo de una familia de artistas. Mi abuelo materno fue un pintor muy conocido, que convivía con el surrealismo de una manera muy natural. Su casa era una casa de artistas. Una casa muy creativa, muy bulliciosa. De modo que crecí hablando y escuchando hablar del proceso de creación de los demás . Mi hermana pinta, mi hermano es fotógrafo, mi segundo padre es músico, mis tíos son diseñadores… Casi toda mi familia materna se dedica al arte. Incluso en la la está un poco mal visto no hacer arte. Así que cuando supe que quería escribir, decidí que quería escribir… y que quería escribir y que quería escribir…
Al cabo de un tiempo me fui a vivir a México, tuve un novio que era un escritor muy bueno, y a quien ya llevo quince años entrevistando (Entrevista continuada, se llama el proyecto) y su relación con proceso de creación me fascinó. Todas las cosas que sabía de literatura me fascinaron. Tanto, que decidí hacer una tesis sobre cómo usamos las cosas que no sabemos que ya tenemos dentro nuestro para hacer libros. Y aquella fue mi primera tesis de una maestría mexicana que equivaldría a un doctorado en España. Ahora estoy haciendo otra en Filosofía (para un doctorado de Ciudadanía y Derechos Humanos) y he hecho una tesis sobre la sistematización del proceso de creación literaria y su aplicación en el trabajo de paz. Pero bueno, con aquel novio que tenía durante dos años hicimos un experimento que siempre he pensado que es una de las cosas que más me ha gustado hacer en el mundo: entrevistamos a todas las escritoras y escritores de México que para mí eran referentes, des de Álvaro Mutis hasta Margo Glantz, para preguntarles qué se podía enseñar de la literatura. No sólo qué se podía enseñar a los demás, sino qué podíamos ser conscientes de saber. Esta investigación duró dos años y al terminarla montamos una escuela de escritores que se llamaba Escuela Dinámica de Escritores en la Red de Casas Refugios que había fundado Salman Rushdie. Esos dos años me abrieron el mundo, literalmente.
Te permitieron mirarte a ti misma con otra perspectiva.
No solo por esto porque yo escribía mucho y desde muchos lugares porque tenía una libertad añadida: había decidido no publicar. Decidí cuando comencé a trabajar disciplinadamente que no publicaría hasta los 35.
¿”Decidiste”?
Sí, desde muy pequeña decidí no publicar nada hasta los 35. Yo escribía, escribía, escribía y lo guardaba todo en casa. A veces me lo pedían de revistas o editoriales. Pero yo no los quería publicar, solo quería escribir. De modo que cuando cumplí 35 años y comencé a publicar, el primer año saqué nueve libros.
¿Y por qué no querías publicar?
Porque era muy mala. Era consciente de ello. Sabía que podía encandilar, pero esto me viene de la familia paterna y no es mérito mío. Mi primer padre era un grandísimo narrador oral. Pero yo sabía que aquella no era una virtud literaria. Entre otras cosas, porque mi padre había querido escribir y cuando murió encontré su novela y era muy mala. Y pensé, esta es una cualidad que no sirve (al contrario de lo que suele pensarse). Y no sólo él… en mi familia paterna la gente tenía mucha capacidad de hablar, pero muy poca capacidad de escribir. Y quería separar estos dos mundos.
¿De dónde nace tu deseo de narrar?
Yo no tengo mucho deseo de narrar, aunque lo parezca. Sí tengo el deseo de contar historias en voz alta, esto me gusta mucho. Pero lo que más me interesa es guardar mundos. Me gusta construir tiempo. Me gusta mucho cuando pasa algo que me parece prodigioso y que solo me ha sucedido haciendo literatura: lograr que el tiempo y el espacio sean una misma cosa. Es como si no tuvieras que hacer nada para estar en el mundo. Y escribiendo quiero llegar exactamente a esto: a esta sensación de que encajas, de que es algo natural. Creo que es lo que nos es propio: acoplarnos al tiempo de alguna manera. Y el arte es lo que hace… pero no podemos vivir así (o no en el occidente más europeo). Pero cuando nos pasa, cuando sentimos “qué fácil es estar en este cuerpo, qué fácil…” siento que yo quiero vivir así todo el tiempo. Quiero estar en este lugar siempre que pueda. Por eso, a mí, más que explicar historias, me gusta estar en el lenguaje literario. Y me gusta que la lectora también este ahí. Y de hecho es lo que intento: más que contar una historia, quiero que la lectora tenga la sensación de estar escribiendo. Que sea naturaleza.
¿Cómo es tu proceso de escritura?
Estoy años pensando una novela. Hay cosas que orbitan y hay un momento en que necesito quedármelas. Creo realmente que los escritores y las escritoras somos muy malas perdedoras. Lo noto porque siempre hay un momento en que necesito quedarme algo y lograr que tenga sentido para mí para siempre. Cosas, normalmente muy pequeñas, a las que les puedes dar toda la importancia del mundo. Que de repente son el mundo.
Si me preguntaran en qué creo de la literatura diría que creo en la metonimia: que es una figura retórica que dice que una parte contiene el todo. Este es mi leitmotiv de vida. Tal como vivo, quiero hacer las cosas pequeñas. Como trataría el mundo es como te trataré a ti. Y escribiendo es un poco lo que me sucede. Que hay un momento en que tengo la sensación de haber capturado el mundo. No que lo haya entendido, sino que lo he tocado. Es absolutamente orgánico. Y eso que he tocado lo quiero guardar, me lo quiero quedar. Y cuando escribo, intento, precisamente, construir eso que he logrado tocar. El proceso es muy largo, ya que orbita durante mucho tiempo. Y cuando lo fuerzo, no me sale.
Esto, en psicoanálisis se llama “tocar lo real”. Cuando toco lo real, lo quiero construir. Y luego paso de pensar en ello sin darme cuenta, durante mucho tiempo, a buscarlo en el mundo: piedras (sé cada piedra que tengo enc asa qué novela es), tactos, objetos que se asemejen a esta sensación que tengo… Siempre que puedo, antes de escribir hago un álbum, para que lo real ocupe un espacio. Después estoy mucho tiempo haciendo el inicio, y en el momento en que lo tengo: todo fluye.
¿Esto te ocurre cuando encuentras el tono?
Sí. Esto ocurre cuando encuentras el tono, totalmente. Absolutamente. De repente, es como si se abriera un túnel y alguien dijera: “¡Ey, es por aquí!”. Ahora estoy a punto de dejarme caer por uno de esos túneles y sé que, si me dejo caer, no haré nada más.
¿Y?
Nada, está muy bien, pero es que también me gustan mucho las otras cosas que hago: el Campus literari, los proyectos por la paz… Me interesa mucho la comunidad. El mundo. Y la manera literaria de pensarlo. Me interesa la justicia literaria, por decirlo de algún modo. Convertir la literatura en un derecho. Yo sé que plantearme todo esto es un privilegio, y por esto creo, y así lo hago, que tengo la obligación ética de compartirlo. Lo necesito. Crecí con muchos privilegios, y siempre he pensado que la única manera em que puedo convivir con el hecho de haber nacido con tantos privilegios es creando privilegios para los demás. Si no, estoy muy incómoda. Y además no deberían ser privilegios, sino igualdad. Pero es complicado. La parte social de la culpa ya la tengo superada, tengo 48 años, ya está resuelto. Y además hay muchas cosas que celebro de el acceso al mundo que he tenido. He visto el más rico y el más miserable. He tenido la suerte de ver todo el abanico, y para mí, el privilegio es exactamente éste. He visto desde princesas, literalmente, hasta la madre de mi novio vendiendo zapatos en la oficina para darnos de comer. Y estoy cómoda en todo el abanico. Bueno… la verdad es que estoy más con la madre de mi novio. Y poder elegir forma parte de ese mismo privilegio. Poder ser libre, poder aprender de ti, poder usarte y poder ser parte del mundo: no solo estar, sino formar parte y sentir que tocas lo real y que te acoplas al tiempo. Es algo extraordinario y yo quiero que todo el mundo lo sienta.
¿Por esto creaste el Campus literari?
Por esto lo hago todo. Por esto creé (y sigo creando) los proyectos por la paz, por esto me he dejado educar por gente que se pensaba que yo la tenía que educar a ella (como mis alumnos, las víctimas…). Por esto lo hago todo, porque tengo mucha curiosidad por lo que los demás ignoran que saben de sí mismos. Y me interesa mucho ver el momento en que se dan cuenta y se apoderan de sí mismos, de sí mismas. Recuerdo una vez que fui a Lima a hablar del futuro con unas niñas muy, muy pobres, y que cuando terminé les pregunté: “¿Y ustedes qué quieren ser?”. Y una niña muy pequeña me dijo: “Yo quiero ser la mejor actriz del Perú”. Y yo le dije: “Entonces es lo que tienes que ser. Es tu derecho”. Yo creo mucho en eso. Cuando alguien confía en la vida como para decir “yo puedo ser vida”, yo le doy lo que sea: no para cumplir su sueño, sino para que sea quien es. Que es quien tiene derecho a ser.
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